Hierro viejo by Marto Pariente

Hierro viejo by Marto Pariente

autor:Marto Pariente [Pariente, Marto]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Policial
editor: ePubLibre
publicado: 2024-07-04T00:00:00+00:00


Tanto descanso llevéis como paz dejáis

Una más que tú puedes, campeón, se animaba.

Bajo subo medio, bajo subo todo.

Frente al espejo del baño, el Duque, con la toalla enrollada a la cintura y con las manos sujetándose a la pila, terminó de contar las sentadillas. Junto al cepillo de dientes y los jabones de hotel, una dentadura postiza sonreía en un vaso.

Noventa y ocho, noventa y nueve, y cien. No sonó exactamente así por el vacío dental, pero se entendía. Estiramiento de brazos y hombros, giro de cuello a la que dejaba caer la toalla a sus pies. Se observó en el espejo un instante, se palpó la piel suave y tersa de la vieja herida de bala en el hombro y se metió en la ducha.

Ya eran pasadas las dos de la madrugada cuando Dudas Franco salió del hotel con su cartera de mano y echó a andar atravesando el aparcamiento del hotel en dirección a la furgoneta. Lo hizo con sus náuticos, sus chinos y su camisa por dentro, abierta en sus dos últimos botones. De haberle preguntado, cómodo y funcional a la par que elegante. Le faltaba silbar por lo bajo, pero olvidó echar en la maleta el fijador dental y prefirió no jugársela. Una luna llena de un color amarillo ictericia bañaba el asfalto y sus dientes al aire y los cromados de la furgoneta.

La puerta corredera se abrió unos segundos antes. La mujer bajó de un salto y aguardó a que el Duque se acomodara para volver a subir y sentarse a su lado.

—Hola, Bobby.

—Jefe.

—Bobby.

—Jefe.

Cerró y, tras ponerse el cinturón, Bobby arrancó el motor y maniobró para incorporarse a la carretera. Dudas Franco abrió la cartera y sacó su libreta.

—Contadme cosas.

Los Bobby le pusieron al día.

—Visitamos al tal Chester, lo abordamos en un ascensor y amablemente nos dio un nombre. Al parecer, le pasó la información de León de Miguel un sargento de policía llamado Ruso.

—Ruso ya estaba en la lista, ¿no? —dijo el Duque consultando su libreta—. Sí, aquí está. Bueno, pues mejor, así no habrá ningún extra —continuó marcando una equis junto al nombre de Chester.

—Puede tachar también al forense.

—Garrido, aquí lo tengo. ¿Cómo ha ido?

—Sin complicaciones. Apunte un extra.

—¿Quién?

—Su mujer. Estaba en la casa.

Dudas Franco anotó algo en su libreta y cabeceó satisfecho. Borrar todo rastro de un trilero siempre traía complicaciones, extras e imprevistos. A veces, menores de edad, niños de pecho incluso. Si el extra era solo su mujer, no iba mal la cosa.

—¿Modus operandi?

—Un papito —dijo Bobby.

—Sin armas de fuego —añadió Bobby maniobrando con el volante y sin perder de vista la carretera.

—¿Un papito…? ¿A cuchillo? Habréis dejado todo hecho un asco —dijo el Duque.

—Intenté que entrase en razón, jefe.

—Era lo mejor —se defendió Bobby—. Franja de edad, crisis de los cincuenta, era un papito de manual.

—Se te olvida, mi amor, que el forense no tenía armas de fuego en casa.

—A ti sí que se te olvidan las cosas cuando te hablo.

—¿Por una barbacoa? Venga ya.

—La barbacoa es solo un ejemplo más, don fiestas, don pasad estáis en vuestra casa.



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